Las Meninas de Condé

Felipe IV ha dado orden de que Margarita, la heredera de un imperio, sea retratada en los austeros aposentos del Alcázar. Y el pintor ha montado un aparatoso escenario: ha mandando que traigan un enorme espejo y que lo coloquen en medio de la sala.

 

Dando un último vistazo, el aposentador se despide con un “¡Quedad con Dios!”

 

“Mirad al espejo, su alteza”, se oye decir al pintor. Margarita, de 6 años, ha venido a posar. Le han puesto un precioso vestido blanco nacarado que tiene prendida una flor roja y le han colocado algo a juego en su bonito cabello rubio.

 

El espejo llama la atención de la niña. Se quiere ver el peinado que le acaban de hacer y sobre todo, el pasador, y gira la cabeza. Una de las meninas le ofrece un jarrito de agua e intenta que se mantenga quieta.

 

Se oyen los pasos de los reyes, que entran por la puerta y su imagen se refleja en el espejo pequeño que está colgado de la pared. Las meninas inician la reverencia.

 

El arte de lo tridimensional al servicio de España y una niña distraída con un espejo nos despiertan, por igual, admiración y ternura. Y nos dejan con ganas de seguir viviendo el frufrú de los vestidos, la delicadeza del gesto, el intenso olor a pintura, y la intimidad de ese momento inolvidable.

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